El último creyente
POR JULIO MARTINEZ POZO.- El mundo posmoderno, con sus inmensos avances tecnológicos y científicos, traducidos en mejoras de las expectativas de vida, tiene un nombre clave: Mijail Gobachov, el último líder de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que acaba de fallecer a los 91 años de edad, menospreciado por el régimen que gobierna su país.
La era que ha marcado todo el desarrollo de la internet ha sido posible porque una tecnología desarrollada para la guerra, se puso a disposición de la comunicación entre las personas, impulsando como nunca el concepto de la aldea global de Marshall McLuhan, y eso fue posible por el mundo que contribuyó a legar Gorbachov.
Aunque le tocara el panegírico, la senda que no condujo hacia nada mejor, el totalitarismo fundado por Vladimir Ílich Uliánov, venía herido de muerte desde su nacimiento 72 años atrás, por lo que describe Albert Camus, en el Hombre Rebelde:
“Después de la muerte de Marx, en todo caso, una minoría de discípulos permanecieron fieles a su método. Los marxistas que han hecho la historia se apoderaron, por el contrario, de la profecía, y de los aspectos apocalípticos de la doctrina, para realizar una revolución marxista, en las circunstancias exactas en que Marx había previsto que una revolución no podía producirse”.
Otra explicación de la génesis del fracaso de la denominada dictadura del proletariado, que nunca fue otra cosa que la dictadura de la burocracia de un partido único, la ofrece Stéphane Courtois, en su obra, “Lenin, el inventor del totalitarismo”:
“Aunque Lenin demostró ser un formidable estratega para la conquista del poder, por la soltura con la que empleaba la astucia y la fuerza, en cuanto se metió en faena su visión delirante de Rusia, de Europa y del mundo se estrelló contra el muro de realidades militares, económicas y sociales.
Ese intelectual puro, convertido en revolucionario profesional, había vivido durante más de veinte años al margen de la sociedad, sin trabajar para ganarse la vida, sostenido por los fondos del partido y de su familia y sin una idea definida de cómo vivían los rusos, en particular en el campo y en las provincias”.
Gorbachov, un joven iluso educado y forjado por el régimen socialista, se fue percatando que la realidad del sistema era muy distinta a la que su aparato ideológico pregonaba, y que sin reformas se precipitaría al colapso más temprano que tarde.
Mark Galeotti, en su obra, “Una Historia Breve de Rusia”, lo describe así:
“Gobachov fue uno de los últimos verdaderos creyentes. Cuando miraba al país, con su economía moribunda, sus corruptos funcionarios del partido, sus obreros desmoralizados, su estatus global en declive y una ideología marxista-leninista en harapos, pensaba que, de alguna manera, podía ser reformado, que podía ser salvado, y ello a pesar de que contaba con muy pocos recursos y una mayoría mínima en el órgano gobernante, el Poliburó, o gabinete del partido. Era una señal de increíble madurez que pudiese evolucionar a Medina que sus sucesivos programas iban fracasando”.